La tesis principal compartida por los diversos existencialismos del siglo XX es esta: la existencia precede a la esencia. Tal es la forma que toma en él la idea de que hay que partir de la subjetividad. Luego distingue entre un existencialismo cristiano y un existencialismo ateo (el suyo). Este existencialismo ateo arranca de la experiencia nihilista ("Dios ha muerto"). Pero si Dios no existe hay al menos un ser en el que la existencia precede a la esencia, un ser que existe antes de poder ser definido por ningún concepto: ese ser el hombre, la realidad humana. No hay naturaleza humana, en abstracto, porque no hay Dios para concebirla. Sólo hay "condición humana". El hombre es, existe. Y sólo es lo que él se hace. El hombre es un proyecto hacia el futuro: conciencia de proyección hacia el futuro. El hombre será lo que haya proyectado ser (no lo que quiera ser, porque su proyecto no depende sólo de la voluntad individual); de él depende la responsabilidad total de su existencia.
El hombre se elige y, al elegirse, elige todos los hombres. La vida en sociedad es, sobre todo, compromiso. Nuestra responsabilidad, en cada caso, es tan grande que nuestra elección afecta a toda la humanidad. De ahí brota la angustia y la desesperación. No es que el hombre se angustie, el hombre es angustia. Pues si huye de la responsabilidad ante su elección encogiéndose de hombros cae en la male fe. Todo ocurre como si para todo hombre toda la humanidad tuviera los ojos fijos en lo que él hace y se rigiera por lo que él hace. Pero la angustia existencial no es algo que conduzca a la inacción, al quietismo,a la resignación o a la consolación. "La angustia es parte de la acción", fundamento de la acción comprometida.
La derelicción (el estar yecto, arrojado en el mundo) y la desesperación del hombre son consecuencias del hecho de que Dios no existe. También para el existencialismo --dirá Sartre-- Dios es una hipótesis inútil; pero a diferencia de la moral laica ilustrada que querría suprimir a Dios con el menor coste posible, es decir, como si nada de lo demás, en las normas morales, cambiara si Dios no existe, el existencialista piensa, en cambio, que, sin Dios, desaparece toda posibilidad de encontrar valores en un cielo inteligible. No hay valores eternos, absolutos o universales. El reconocimiento de que Dios no existe tiene un precio: no hay consolación posible.
No hay, por tanto, moral en general; ninguna moral general puede indicarnos en cada caso concreto lo que hay que hacer. Hay, pues, que actuar sin esperanza. Pero esto no quiere decir abandonarse al quietismo. Sólo hay realidad en la acción. El hombre es sólo su proyecto y sólo existe en la medida en que él se realiza. A pesar de lo cual el existencialismo sartriano no se considera pesimista, dice defender un optimismo duro, crudo; es una moral de la acción y del compromiso. Es un filosofía moral de la dignidad del hombre. El existencialismo es otro materialismo. Desde el momento mismo en que no considera al hombre como un objeto material el reino de lo humano aparece como un conjunto de valores distintos del reino material. Es también otra afirmación de la subjetividad: el hombre descubre en el cogito a los otros y los descubre como la condición de su existencia; se da cuenta de que no puede ser nada salvo cuando los otros le reconocen como tal. El descubrimiento de mi intimidad me descubre al mismo tiempo al otro como una libertad puesta frente a mí.
La argumentación de J.P. Sartre se puede resumir así: a través del infierno de la relación con el otro descubrimos la intersubjetividad y, con ella, la universidad de la condición humana. Solo que la universalidad del hombre no está dada. No hay naturaleza humana compartida; y, en este sentido preciso, no hay "humanidad". Sólo hay "condición" humana. Pero la "condición"" es algo que se hace, que se crea, que se inventa en cada caso, que es perpetuamente construida. La condición humana es proyecto y el proyecto individual es también comprensión del proyecto de cualquier otro hombre. Siempre estamos obligados a elegir; eso implica compromiso, afirmación de determinados valores.
Pero elegimos sin referencia fija a valores preestablecidos. ¿Cómo entonces? ¿Caprichosamente? J.P. Sartre contesta por la negativa a esa pregunta. Compara la elección moral individual con la construcción o producción de una obra de arte. Entre la moral y el arte hay algo en común: ambas son creación e invención. Después de la muerte de Dios no hay ley moral dada. Estamos obligados a inventar en cada caso nuestra propia ley. El hombre se hace escogiendo la propia moral. Pero esto no tiene que interpretarse como una retirada al esteticismo, ni quiere decir tampoco que no podamos juzgar las acciones de otro en absoluto. Podemos juzgar al menos en un sentido: decir que todo hombre que se refugia tras la excusa de sus pasiones, todo hombre que se inventa un determinismo justificatorio o consolador de sus acciones, es un hombre de "mala fe". La única cosa que cuenta es saber si la invención (moral) se hace en nombre de la libertad. El existencialismo no es mero nihilismo en el sentido de que proponga quedarse en la trasmutación de todos los valores que han caracterizado a la cultura occidental.
Quiere ser, por así decirlo, nihilismo positivo, en el sentido de que nosotros, con nuestra acción individual, inventamos los valores. De modo que "aunque el contenido de la moral sea variable, una cierta forma de esta moral es universal". Esta idea se puede traducir así: también el existencialismo tiene un presupuesto absoluto y universal, en el sentido de intersubjetivamente compartido: la libertad.
El existencialismo es, por tanto, negación de toda moral establecida, pero al mismo tiempo afirmación de otra filosofía moral. Esta otra filosofía tiene un nombre: la moral de la ambigüedad.
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